El general Hurlingham hubiera salvado la Argentina, con Hurlingham nada de guerras entre federales y unionistas, los habría unido bajo su bandera celeste; Hurlingham no hubiera pintado la fachada de la Casa Rosada con la sangre de las vacas; un Rosas hubiera sido imposible, Hurlingham hubiese instalado y defendido la democracia verdadera y digna; apoyado por su manada de gauchos matreros pero honrados habría hecho las paces con todos, incluso con los indios del sur; hubiera logrado que Martín Fierro volviera a luchar con él contra los malvados ayudando a los pobres y a los hambrientos de justicia.
Qué idealistas mis amigos y yo, nosotros de la 333. Vimos en aquel pelirrojo hijo de un inglés y una chinita el héroe más grande que había pisado las pampas y las ciudades argentinas: la encarnación del bien; fuerte, determinado, firme, inalterable, incorruptible, de poca labia pero mirada elocuente y franca, amante de las mujeres pero imune a sus caprichos.
Hurlingham habría aconsejado a Perón y a Evita (que nunca hubiera caído muerta de cáncer, que eso quede claro), si es que estos realmente hubieran asumido el poder, después de todo lo que Hurlingham hubiera logrado.
Con él, Argentina estaría planeando de momento la colonialización de Marte, la salvación de la tierra ante un posible desastre ecológico y la repoblación marítima del Atlántico.
Con Hurlingham, hoy Argentina sería pentacampeón, y no estos putos canarinhos, porque con Hurlingham nada de cocaína, nada de drogas en la nariz y la sangre de Maradona. No, con Hurlingham, Maradona y Messi jugarían juntos, padre e hijo, gambeteando a medio mundo, qué digo, al mundo entero.
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